Comentario
Era en la escena internacional donde Urquijo se encontró con los problemas más acuciantes, y lo que era peor, con una capacidad de maniobra cada vez más limitada. En Europa, las monarquías de Inglaterra, Austria, Rusia, Turquía y Nápoles habían formado una segunda coalición contra la Francia republicana. Los intentos españoles de mediar entre el Directorio y Austria y Rusia no dieron resultado alguno, y también fracasó un plan para evitar la guerra, consistente en crear en Italia, sobre la base de Parma, un Estado monárquico que sirviera de tapón entre Francia y Austria, sacrificando las repúblicas creadas en Italia, y lograr una alianza entre Nápoles y Francia a cambio de concesiones territoriales a los napolitanos.
Sobre Urquijo recayó el dilema de mantener los vínculos que unían a España con Francia o, por el contrario, tomar partido contra la República. Las presiones de las potencias coaligadas fueron constantes, utilizando tanto la vía diplomática como la intriga para alentar a los españoles que en la Corte maniobraban para lograr el alineamiento de España junto a Inglaterra y la declaración de guerra a Francia. Pero las advertencias francesas fueron más eficaces ante una España que tenía conciencia de su debilidad frente una hipotética invasión del poderoso ejército francés. La experiencia de la guerra finalizada en 1795 y las noticias de los éxitos militares en Italia habían puesto de manifiesto que la capacidad francesa de persuasión y de amenaza era mucho mayor que la que podía ejercer la coalición. España se decidió, pues, por luchar contra la Segunda Coalición.
Pronto la superioridad de Inglaterra en el mar se puso de manifiesto: en agosto de 1798 la escuadra francesa del Mediterráneo fue destruida en Abukir, dejando aislado a Napoleón en Egipto, y un mes después los ingleses tomaban Menorca, después de que, según Cotrina, la población menorquina se mostrara tibia en la defensa de la isla. Era indispensable y urgente potenciar la colaboración naval franco-española y tomar decisiones que contrarrestaran los éxitos ingleses en el Mediterráneo. Buques de guerra españoles fueron enviados desde sus bases de Cádiz y El Ferrol a Brest y Rochefort y se iniciaron preparativos para concentrar una gran escuadra en Tolón que recuperara la iniciativa en el Mediterráneo e hiciera posible el regreso del ejército de Napoleón desde Egipto. Al mismo tiempo se desempolvó la iniciativa de organizar una expedición a Irlanda que alzara la isla contra Inglaterra, que ya los franceses habían intentado sin éxito en 1796, con la escuadra de Mazarredo en Brest, en el verano de 1798.
También Francia presionaba para conseguir de España una participación más decisiva en Portugal, base de la flota británica que operaba en el Mediterráneo. España estaba interesada en la firma de una paz luso-francesa, habiéndose llegado a un principio de acuerdo en agosto de 1797, que no fue ratificado por Lisboa. Si finalmente se lograba que Francia y Portugal establecieran un tratado de paz, el puerto de Cádiz se vería libre de la amenaza de bloqueo por la flota británica con base en los puertos portugueses y desaparecería la presión que Francia ejercía sobre el gobierno español para invadir militarmente el territorio portugués y que creaba en Carlos IV una gran incomodidad por razones familiares y políticas: su hija Carlota Joaquina estaba casada con el regente y heredero D. Joáo, y era previsible que la presencia de un ejército republicano atravesando la península hacia Portugal diera motivos para la difusión del ideario revolucionario.
Los historiadores que han analizado las razones que inclinaron a Urquijo por la opción de continuar aliado con el Directorio utilizan criterios diversos. Es mayoritaria la opinión que considera que para el gobierno español Inglaterra era más peligrosa para los intereses hispánicos que el propio sistema revolucionario. Otros, por el contrario, hacen referencia al temor existente en la Corte de Madrid ante posibles represalias francesas en el ducado borbónico de Parma, patria de la reina María Luisa, si España abandonaba su alianza con Francia, y a que era preferible para el gobierno español la hegemonia francesa en Italia a la austriaca. Pero todos, sin excepción, consideran que, al optar por mantener los vínculos con Francia, se acentuó la dependencia de nuestra política respecto a la del poderoso vecino.